El accidente aéreo de Madrid, que no es el primero ni el último de su clase, pone sobre los expertos en seguridad un cierto manto de frustración.
Hablamos de frustración porque el esfuerzo mundial colectivo para garantizar la seguridad aérea es enorme, si contamos las personas, el tiempo y los recursos que dedicamos a ello. La imagen macro de la seguridad es buena, todo hay que decirlo. Tenemos un descenso continuado, con ligeras variaciones, de las tasas anuales de seguridad contada en accidentes por millón de vuelos.
La tasa de accidentes por millón de vuelos era de 0,65 en 2007 y la IATA (Asociación Internacional del Transporte Aéreo) tiene como objetivo reducirla hasta 0,49 en 2008-2009.
Sin embargo, aunque este sea un nivel aceptable de seguridad, y defina al transporte aéreo como el modo más seguro de transporte de personas, lo que el público demanda es que no ocurran accidentes evitables. Con la actual tasa de accidentes al aumentarse el número de vuelos y aumentar el tamaño de las aeronaves, no tenemos garantizada una disminución real del número de muertos en accidentes. Éste puede ir creciendo, incluso con una mejora en la tasa de seguridad.
Por lo tanto para los expertos, cada accidente supone una frustración, a la vez que un estímulo para continuar la investigación y el desarrollo de herramientas y métodos de prevención más eficaces.
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